JESÚS NOS PIDE: "LLEVA MI CORAZÓN"

El texto evangélico del 22º domingo durante el año (el 17 de agosto próximo pasado), nos presentó el pasaje en el que Jesús cura a la hija de la mujer cananea. (Mt 15, 21, 28) Este pasaje está lleno de expresiones hermosas para hacer oración y de ejemplos no menos dignos de admiración como la actitud de esta mujer ante Jesús: "Señor, Hijo de David, ¡ten piedad de mí!"

Las respuestas de la madre dejan claro que su sufrimiento es a causa de su decisión de hacerse cargo de aquella a quien ama, en este caso, su hija. Y seguramente teme derrumbarse y no poder brindarle las atenciones que necesita. La mujer cananea sufría por su hija y suplicaba a Jesús tuviera piedad de ella misma pues se encontraba al límite de sus fuerzas.

Esta escena evangélica se asemeja a la situación de quien sufre por hacerse cargo de las personas, pero a diferencia de esta madre, a veces, oramos para que desaparezca la causa del sufrimiento en lugar de suplicar a Jesús que nos ayude a hacernos cargo. Y esto es lo que quiere Él y por lo que nos pide "que llevemos su Corazón". Las personas necesitan a Jesús, no a nosotros. Él es necesario y nosotros podemos hacerle cercano en todos los ambientes; pues quien conoce sus pobrezas y no conoce a Dios le necesita; así como también quien conoce a Dios y no conoce sus pobrezas.

La cananea es el mejor ejemplo a seguir, pues humildemente ruega al Señor para que se apiade de su sufrimiento y espera su misericordia. Esos momentos de abatimiento y dolor son oportunos para abrirnos al don de la fe; también para suplicar con confianza a Jesús: "¡ten piedad, socórrenos!" Son el camino que Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros.

El diálogo aparentemente indiferente de Jesús es una insistencia para que vayamos nosotros a socorrer las situaciones de dolor "llevando su Corazón". En ese caso, algo maravilloso sucede pues cuando empezamos a responderle, además de hacerle presente, nos revela nuestra identidad y con su amistad la vida crece y se realiza en plenitud. Porque sólo quien se deja interpelar por Jesús, puede acceder a conocerse a sí mismo.

Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión; cada día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1 Co 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre la propia vida a su Amor.

En estos días próximos ya a la memoria por el día del maestro y del profesor, pidamos por todos los colaboradores de nuestros centros educativos; animémonos a compartir con ellos el núcleo de nuestra vocación: cuando dejamos espacio al amor de Dios y vivimos respondiendo a su llamado entonces hacemos realidad los más altos sueños de nuestra vocación. Y eso, además, es una auténtica conversión.